Quemando girasoles

Estoy harta de tanto callar,
de rehacer las costuras
de soñar intoxicada.
Siento el metro con mis huesos,
recuerdo el silbido de naturaleza en la linea 4.
Y sufro, al desplegar del suelo de la realidad.
Márchate.
Hasta que la primavera nos caiga con adoquines del cielo
y flujos de pintura te limpien la sangre
destrozando la luz de aquella calle.
Corroboro la fidelidad de mis versos con el último disparo a la cabeza.
Lo dejo en vez de una nota o largas despedidas,
para largarme con lo que aún me queda,
fingiendo que fue tragado por las larvas.
¡Canta!
Por los pasos de zebra que hemos dejado atrás
por los nombres desconocidos en el cabecero de mi cama
¡Canta!
Por aquello a lo que no prestamos atención
Por lo que no tuvimos en consideración
al poner la semilla de girasol donde no tocaba.
Canta el grato error
que nos ha costado un cacho del estomago.
Yemas muertas de memoria y dedos rotos,
por borrar tus siglas de mi pecho
y hablar de lo que no recuerdo.
Cuerpos me tapian los ojos, saturan los oídos
con tal de no oler el ruido molesto del sol quemando girasoles.
Relamo los bordes de la utopía pintada detrás de mis pupilas
y, exhausta, atiendo a la nana del chip que canta mi vida próxima.

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