Aquella noche incluso yo me veía muy rara. El estomago vacío y el hueco de calor de alcohol entre las costillas. Al llegar a casa restregué con fuerza la esponja por todo el cuerpo para borrar de mi cuello los besos que yo no quería. Mis labios, rojos como cerezas, ardían de los besos de aquellos, que por desgracia no me los han dado. La lujuria de mis caderas me lleva al límite cada noche que salgo. En un intento de búsqueda me encuentro sólo con los fríos "te quieres venir a mi casa".
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