Oro

Quería irme de allí desde el momento cuando ví la camisa que me iban a poner. No me gustaba el color. Y luego, la mujer de blanco rompió el silencio de mi habitación con los rápidos clics de las tijeras, tan fugaces como si tuviera prisa antes de que me echara atrás. Los tirabuzones de oro macizo cayeron a la blanca sábana debajo de mis pies. El mero ruido de la maquina me hizo agarrar los bordes. Sentía mis mejillas mojadas mientras escuchaba como caía al suelo la mitad más larga de mi cortísima vida. La espinosa bola en qué se convirtió mi cabeza temblaba ante mis yemas. Me daba asco. Pero seguí, ya que temía perder la otra mitad de mi cortísima vida en sueño.

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